jueves, 29 de julio de 2010

Recomendación literaria: Fahrenheit 451

Es la primera recomendación de libros que hago en El pulgar del chango y no fue difícil la elección. ¿Qué mejor que un libro que hable de libros y de cómo tienen la poderosa capacidad de moldear la psicología de una sociedad en sus basamentos más profundos? Escrita por Ray Bradbury, en 1953, Fahrenheit 451 es una obra maestra tan tristemente profética como inevitablemente reflexiva y que debería ser de lectura obligada en las aulas. Fahrenheit 451 nos presenta un escenario, en un punto incierto del futuro, con una sociedad de carácter hedonista pero que paga un alto costo. Los medios de comunicación bombardean constantemente y sin tregua a la población con anuncios publicitarios de productos inútiles pero demandados por ser psicológicamente necesarios y la televisión mantiene en un continuo dopaje mental a los televidentes con programas de contenido pobre planeados para volverlos dóciles y apáticos. Es una sociedad donde el pensamiento independiente y crítico ha sido erradicado. ¿Suena familiar? Para haber sido escrito en 1953 Bradbury sorprende por sus acertados vaticinios.

En esta horrorosa distopía aún existen los cuerpos de bomberos pero su trabajo dejó de ser sofocar incendios. ¡Su misión es iniciarlos y queman libros! La lectura está prohibida porque incita pensar por uno mismo, angustia a la gente y puede resultar subversivo para una sociedad que tiene equilibrio aunque bastante precario y criticable. Se encargan de perseguir a aquella minoría que aun lee clandestinamente y posee bibliotecas esperando a que, muy posiblemente, en cualquier momento, los bomberos lo descubran y la incendien junto con su casa. Guy Montag, el protagonista, es un bombero que le place su trabajo pero paulatinamente observa las anomalías del sistema en el que vive y empieza a hacer las preguntas “correctas” que lo pondrán en una situación peligrosa. El capitán de bomberos Beatty es el jefe de Montag a quién le da palizas en la moral con argumentos a favor de la pesadilla establecida. Escuchemos al propio Beatty:


Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices, pues los hechos de esa especie no cambian. No les des materias resbaladizas, como psicología o filosofía, que engendran hombres melancólicos. El que pueda instalar en su casa una pared de TV, y hoy está al alcance de cualquiera, es más feliz que aquel que pretende medir el universo, o reducirlo a una ecuación. Las medidas y las ecuaciones, cuando se refieren al universo, dan al hombre una sensación de inferioridad y soledad. Lo sé, lo he probado. Al diablo con esas cosas. ¿Qué necesitamos entonces? Más reuniones y clubes, acróbatas y magos, automóviles de reacción, helicópteros, sexo y heroína.

A lo largo de la historia hemos aprendido las consecuencias de desdeñar la lectura y en su defecto condenarla o eliminarla. Hace casi 1600 años existió en Alejandría, Egipto, la biblioteca más impresionante que pudo conocer el mundo clásico. Reunieron con esmero las grandes obras de las mentes más brillantes de los últimos 4 000 años de todas partes del mundo conocido. El conocimiento de la humanidad fue encapsulado en esa biblioteca y los hombres más sabios del mundo se abarrotaban en sus instalaciones. A causa de malentendidos entre culturas, intolerancias y errores de un grado incalculable ésta biblioteca fue completamente destruida sobreviviendo solo unas pocas obras del casi medio millón en existencia que, como náufragos sobrevivientes de un terrible accidente, nos hablan, aunque muy leve, de un mundo y un tiempo de avances insospechados en todos los campos. La inevitable consecuencia de tal perdida fue que la humanidad entró en un periodo de decadencia y oscuridad conocido como Edad Media donde la superstición y el pensamiento mágico estaba fuertemente arraigado en las mentes las personas patrocinado por las autoridades religiosas. Muchas personas brillantes e inocentes fueron asesinadas por sus ideas aunque fueran correctas pero que contradecían las creencias populares. Se tuvieron que pasar 1000 años para recuperar de nuevo los conocimientos perdidos en aquel penoso evento en Alejandría.

No solamente en la ficción podemos encontrar casos de prohibición y destrucción de libros. En la realidad existen casos de destrucción masiva y ordenada de libros. Por ejemplo, la iglesia católica tenía el Index Librorum Prohibitorum y Hitler y Stalin también quemaron libros sistemáticamente. Tristemente el panorama de Fahrenheit 451 se ha vuelto cada vez más realidad y es que el fuego más letal para la destrucción de libros no se produce de combustible, comburente y calor sino de la apatía de la gente y la irresponsabilidad de un gobierno que sabe que la lectura es inductora de ideas y forjadora de criterio y puede resultar peligroso para la cómoda posición que ellos y sus familias disfrutan.

Como escribió Bradbury en el postfacio para este libro en febrero de 1993:

…no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego al kerosene o persigan al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?

No todo está perdido, por supuesto. Todavía estamos a tiempo si evaluamos adecuadamente y por igual a profesores, alumnos y padres, si hacemos de la calidad una responsabilidad compartida, si nos aseguramos de que al cumplir los seis años cualquier niño en cualquier país puede disponer de una biblioteca y aprender casi por osmosis; entonces las cifras de drogados, bandas callejeras, violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero. Pero el Bombero jefe en la mitad de la novela lo explica todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con tres imágenes por segundo, un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página.



Lee Fahrenheit 451. ¡Es una maravilla! No lo quemes en el olvido.

1 comentarios:

Coral dijo...

A lo largo de la historia y en todos los lugares del planeta se han quemado libros porque, principalmente, estaban en contra de la opinión del gobernante del momento o en contra de ciertos posicionamientos religiosos.
Además de los casos que ya se han expuesto, existen otros. El mismísimo emperador Shi Qin Huangdi, primer emperador de la China unificada y conocido por su tumba y el ejército de guerreros de terracota que la custodiaba, ya practicó la quema de libros en su época.
Más recientemente, puesto que no hace falta irnos tan lejos, nos encontramos con un triste episodio en la Alemania Nazi. Se dice que unas 20.000 obras fueron destruídas el 10 de mayo de 1933 por ser contrarias a una idea.
La dictadura argentina o la de Mao vieron arder libros y donde no se quemaban se censuraban o se retenían en centros como ocurrió en España durante la dictadura en Franco en el archivo de Salamanca.
Totalitarismos, radicalidad o fanatismo religioso o político lleva a la privación del ser humano del conocimiento y de la libertad de expresión y de escoger sus lecturas.
Actualmente, si bien en España u otros países, sí que hay cierta libertad también es cierto, como se ha puesto de manifiesto, que la TV está matando la cultura a pasos agigantados con el peligro que eso comporta.

Para terminar una frase que me ha parecido maravillosa:
"Allí donde se comienza quemando libros,
se termina quemando hombres"
(Heinrich Heine)

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