sábado, 14 de agosto de 2010

Una pintura en el oscuro lienzo estrellado


De niño recuerdo que tenía ciertos sueños recurrentes. Recuerdo (esto es cierto) uno que al menos soñé más de una vez, del tipo de experiencias oníricas que te causan una sensación de placer y asombro. En el sueño era de noche y salía de mi casa a la calle oscura, levantaba la vista y presenciaba un espectáculo fantástico. El cielo nocturno estaba teñido de tonos multicolores como arco iris de formas irregulares cuyo origen era misterioso. También recuerdo que en el cielo veía una plétora de figuras claras y definidas que tenían cierto aire de enigmática religiosidad greco-latina. Todavía cuando me acuerdo me da una sensación de nostalgia y bienestar. Los sueños cobran cierto valor cuánto más estén alejados de la realidad. Lo que en aquellos lejanos años no sabía era que no solo en el mundo onírico existen tales fenómenos de luz colorida entre las penumbras de la noche. Son reales, se les conocen como auroras polares y son uno de los espectáculos más sorprendentes que se pueden observar en este planeta.



Conocida como aurora boreal en el polo norte y aurora austral en el polo sur los habitantes de las regiones cercanas a los polos han presenciado este fenómeno desde siempre y su curiosidad y necesidad de explicarlos los ha llevado a elaborar interpretaciones fabulosas. Los pueblos finlandeses creían que el zorro ártico en sus recorridos por los helados parajes barría con su cola las montañas provocando las chispas que se percibían como luces en el cielo. Algunos pensaban que era la luz de la luna la que hacía brillar el material levantado por el zorro ártico. Los pueblos estonios atribuían el origen del fenómeno a ballenas que lanzaban un potente chorro de agua al cielo y lo inundaban de luz. Los bélicos pueblos de Europa creían que las auroras eran presagios de alguna guerra venidera o de algún augurio específico y en la Europa nórdica los vikingos imaginaban a las valkirias reflejando luz en el cielo con sus relucientes escudos.


Grupo de inuits en su iglú, posiblemente planeando un viaje a Cancún.

Los esquimales canadienses llamados inuit explicaban consoladoramente que las auroras eran las almas de las personas fallecidas que danzaban y cantaban alegremente en el cielo:

Los límites de la tierra y el mar son bordeados por un inmenso abismo, sobre él aparece un sendero estrecho y peligroso que conduce a las regiones celestiales. El cielo es una gran bóveda de material duro, arqueado sobre la tierra. Hay un agujero en él a través del que los espíritus pasan a los verdaderos cielos. Sólo los espíritus de aquellos que tienen una muerte voluntaria o violenta y el cuervo, han recorrido este sendero. Los espíritus que viven allí encienden antorchas para quitar los pasos de las nuevas llegadas. Esta es la luz de la aurora. Se pueden ver allí festejando y jugando a la pelota con un cráneo de morsa. El sonido silbante y chasqueante que acompaña, a veces, a la aurora son las voces de esos espíritus intentando comunicarse con las gentes de la tierra. Se les debería contestar siempre con voz susurrante. A los espíritus celestiales se les llama "selaimut", "sky-wellers", moradores del cielo.


Muchos de los razonamientos de los antiguos están llenos de atractivo e imaginación que nos hablan de sus costumbres, temores y esperanzas y de lo más profundo de nuestra naturaleza. Son relatos mágicos de respetable belleza. Pero de todas, la explicación verdadera, lo que pasa en realidad, es la que encuentro más asombrosa.

El origen de este fenómeno lo encontramos a 150 millones de kilómetros de nuestro planeta en nuestro astro rey, el Sol. El viento solar, las eyecciones de gas ionizado, un gigantesco amasijo de protones y electrones de nuestra estrella, es enviado a una impresionante velocidad de entre 300 km/hr y 1000km/hr. La magnetósfera de nuestro planeta a manera de escudo nos protege de estas peligrosas emanaciones capturándolas y llevándolas hacia las regiones polares. Cierta pequeña porción de este plasma estelar escapa del control de la magnetósfera en los polos, entra en nuestra atmósfera y ahí se desata el espectáculo.


Aurora polar desde el espacio como lo vería Superman... o nuestros satélites en órbita.

Como un colosal pintor inspirado el Sol extiende su larga mano sobre el lienzo oscuro de nuestra extendida noche y crea conmovedoras obras de arte efímero, poderosa poesía visual de energía y átomos que adornan elegantemente los cielos polares. Para obtener rojo, azul y verde los iones deben chocar el oxígeno de la atmósfera terrestre. Para conseguir violeta lo deben hacer con nitrógeno. Estas son las pinturas con que se coloreará el lienzo, y producirá la aurora, un espectáculo que emociona e impresiona y en conjunto con su adecuado fondo de innumerables estrellas fantásticas con sus habituales expresiones de majestuosidad y enigma filosófico me placen en recordarme sobre mis sueños infantiles, presenciables en el mundo real en los fríos rincones polares.



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